Escribo para que la memoria no me hunda: el viaje íntimo detrás de ‘Velero de papel’

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Escribo para que la memoria no me hunda: el viaje íntimo detrás de ‘Velero de papel’

Dialogamos con Gustavo Pino Espinoza sobre su última publicación ‘Velero de Papel’. El es narrador, cronista, ensayista, y también docente e investigador. Debutó con «La ciudad dormida» en 2017, obra reconocida por su realismo crítico y enfoque en las tensiones sociales del sur peruano. En 2019 publicó la novela «Un asunto frío y vulgar», y en 2022 la narración «Hacia la frontera». Además ha colaborado en antologías, experimentado con el cine documental, como en «Moqueguazo: la batalla por el canon», y desempeñado funciones en el sector cultural y académico.

¿Cómo nació la necesidad de escribir sobre esa memoria frágil, llena de recuerdos que no siempre consuelan?

Nació de la imposibilidad de olvidar. Hay recuerdos que no consuelan, pero tampoco se van. Escribir fue una manera de hacer las paces con ellos, de darles un lugar donde pudieran descansar sin perseguirme tanto. La memoria no siempre es refugio; a veces es ruido, es furia. La literatura me sirvió para organizar ese ruido y canalizar esa furia.

En los cuentos hay una tensión constante entre lo que se recuerda y lo que se quiere olvidar. ¿Desde qué emoción o experiencia comenzó a tomar forma este libro?Desde la culpa, tal vez. O desde el deseo de entender por qué algunas cosas duelen más cuando regresan. Velero de papel nació cuando comprendí que la infancia no era un sitio sagrado, sino un territorio lleno de grietas. Quise escribir desde ahí, desde esa incomodidad.

 ¿Qué te atrae de los objetos como detonantes de la memoria? ¿Hay alguno real que haya inspirado el tono del libro?

Los objetos no olvidan. Uno puede negar una historia, pero ellos la conservan intacta. Me atrae esa fidelidad silenciosa. La barreta, el Buick, el velero de papel… todos existen o existieron. La barreta la hizo mi abuelo, el Buick acompañó los viajes familiares, y el velero es apenas un símbolo de todo lo que flota aunque esté destinado a hundirse.

En tus páginas, los objetos no son adornos, sino espacios donde se guardan las pérdidas. ¿Crees que escribir sobre ellos es también una forma de preservar afectos?

Sí, escribir sobre los objetos es una forma de mantener con vida lo que se fue. Cada uno guarda una emoción, un gesto, un eco. Son como pequeñas urnas donde todavía respira algo del pasado. Al escribirlos, los vuelvo a tocar, aunque sea con palabras.

¿Fue una decisión consciente evitar la nostalgia complaciente, esa que suele dulcificar los recuerdos?

Totalmente. No quería una nostalgia decorativa. Preferí mostrar su filo, su parte incómoda. La nostalgia, cuando es verdadera, no adorna nada: te recuerda lo que perdiste y lo que no volverá. No busqué consuelo, busqué verdad.

En ese sentido, ¿la memoria es para ti un espacio de redención o una carga de la que uno intenta liberarse?

Depende del día. A veces es redención, otras, una carga insoportable. Pero no puedo soltarla. Creo que escribo para no hundirme del todo en ella, para mantenerla a raya. Si no la escribiera, me pesaría más.

¿Qué papel cumple el humor en este universo melancólico? ¿Es una forma de resistencia o de alivio ante la pérdida?

El humor es una grieta por donde entra la luz. En medio de tanta pérdida, reírse es una forma de sobrevivir. En mis relatos, el humor no es burla, es más bien una especie de defensa. Un modo de seguir mirando sin que la tristeza lo devore todo.

En algunos cuentos reaparecen personajes de tus obras anteriores, como Ignacio Expósito. ¿Qué te motivó a cruzar tus propios mundos narrativos?

Ignacio regresa porque todavía no me deja en paz. Es un personaje que no se agota, que carga su propio desencanto. Cruzar mis mundos narrativos fue natural, como si todos esos libros formaran parte de una misma casa. En el fondo, escribo siempre el mismo libro con distintos nombres.

La crítica ha hablado de una “madurez narrativa” en Velero de papel, de un lenguaje más depurado y reflexivo. ¿Cómo trabajaste el tono de esta prosa más contenida?

Aprendí que escribir no siempre es decir más, sino decir mejor. Este libro fue un ejercicio de contención, de dejar que el silencio también hable. Ya no necesito explicar tanto; me basta con sugerir. La madurez, si existe, viene de aceptar que hay cosas que solo pueden insinuarse.

Si ese velero simboliza el acto de dejar ir, ¿qué sientes que tú has soltado como escritor al terminar este libro?

He soltado el miedo a mirar hacia atrás. Durante mucho tiempo pensé que escribir del pasado era una forma de estancarse. Hoy sé que es una manera de entender. Con Velero de papel aprendí que uno no escribe para quedarse, sino para poder irse en paz.

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