Este domingo el cielo gris posaba el campus de la Universidad Nacional de San Agustín. Se rindió el Examen de Admisión Ordinario I Fase, un evento que congrega a miles de jóvenes con la esperanza de asegurar un lugar en la institución.
Sin embargo, entre la multitud de nervios y expectativas, una escena capturó la atención de todos: Un padre y su hija, caminando juntos hacia el reto académico que les esperaba.
A las puertas de la universidad, un hombre de 60 años se destacaba por su actitud serena, decidida y cabellos blancos. Se identificó como Gino Fuentes, y con una sonrisa amplia, saludó a los otros padres presentes. Don Gino dijo que postulaba a la carrera de Derecho y en medio de aplausos y aliento, lanzó un mensaje sincero y cargado de orgullo: «Postulamos los dos».
La sorpresa fue inmediata. Un minuto después, llegó su hija, y el abrazo que compartieron fue suficiente para arrancar lágrimas de emoción de más de un espectador.
El ambiente, que ya estaba cargado de tensión, se llenó de una calidez inesperada. Gino, con su escapulario de la Virgen del Carmen en la mano, tomó a su hija con un gesto de cariño y confianza antes de cruzar las puertas hacia el examen. Ambos se miraron con una mezcla de complicidad. Iban a dar lo mejor de sí, juntos.
Al finalizar el examen de admisión, ambos salieron juntos en dirección a Biomédicas, quien su segunda menor hija realizaba otra evaluación de admisión. También contó a Iletrados Noticias que el era viudo, trabajaba pero esta evaluación fue para el cielo y para sus razones de vivir.
«Dí este examen para apoyar a mis hijas, para darle confianza y que puedan continuar con sus sueños», contó Don Gino con una mirada segura y firme.
Además, recomendó a los padres de familia a seguir apoyando a sus hijos en estos inicios de etapas para que puedan lograr conseguir su objetivo.
Mientras tanto, en otras aulas de la universidad, más de 13 mil postulantes enfrentaban el mismo reto: conseguir una de las 1,029 vacantes disponibles para este proceso de admisión.
Pero aquel domingo, sin duda, la historia de Gino y su hija había dejado una huella en todos los presentes, recordándonos que, en la vida, nunca es tarde para soñar, ni hay límites para aprender, especialmente cuando se trata de hacerlo con amor.